TEXTOS

VANKA

Vanka suspira otra vez y se queda mirando a la ventana. Recuerda que todos los años, en vísperas de la fiesta, cuando había que buscar un árbol de Navidad para los señores, iba él al bosque con su abuelo. ¡Dios mío, qué encanto! El frío le ponía rojas las mejillas; pero a él no le importaba. El abuelo, antes de derribar el árbol escogido, encendía la pipa y decía algunas chirigotas acerca de la nariz helada de Vanka. Jóvenes abetos, cubiertos de escarcha, parecían, en su inmovilidad, esperar el hachazo que sobre uno de ellos debía descargar la mano del abuelo. De pronto, saltando por encima de los montones de nieve, aparecía una liebre en precipitada carrera. El abuelo, al verla, daba muestras de gran agitación y, agachándose, gritaba:

-¡Cógela, cógela! ¡Ah, diablo!

  1. Haz un resumen del fragmento y sitúalo dentro de la obra (¿Qué sucede inmediatamente antes y después? 2,5 PUNTOS).
  2. Comentario formal y literario del fragmento. Debe estar bien redactado, argumentado y con ejemplos, atendiendo a los aspectos practicados en clase. Indica tipo de narrador, ejemplos, si los hay, de los distintos estilos, rasgos propios de la narrativa realista rusa o de Chejov. 1,5 PUNTOS.
  3. El teatro de Chejov.

BOLA DE SEBO

Bola de Sebo cogió un ala de pollo y se puso a comerla, con mucha pulcritud, sobre medio panecillo de los que llaman regencias en Normandía.

El perfume de las viandas estimulaba el apetito de los otros y agravaba la situación, produciéndoles abundante saliva y contrayendo sus mandíbulas dolorosamente. Rayó en ferocidad el desprecio que a las viajeras inspiraba la moza; la hubieran asesinado, la hubieran arrojado por una ventanilla con su cubierto, su vaso de plata y su cesta y provisiones.

Pero Loiseau devoraba con los ojos la fiambrera de los pollos. Y dijo:

-La señora fue más precavida que nosotros. Hay gentes que no descuidan jamás ningún detalle.

Bola de sebo hizo un ofrecimiento amable:

-¿Usted gusta? ¿Le apetece algo, caballero? Es penoso pasar todo un día sin comer.

Loiseau hizo una reverencia de hombre agradecido:

-Francamente, acepto; el hambre obliga mucho. La guerra es la guerra.¿No es cierto, señora?

Y lanzando en torno una mirada, prosiguió:

-En momentos difíciles como el presente, consuela encontrar almas generosas.

  1. Haz un resumen del fragmento y sitúalo dentro de la obra (¿Qué sucede inmediatamente antes y después? 2,5 PUNTOS).
  2. Comentario formal y literario del fragmento. Debe estar bien redactado, argumentado y con ejemplos, atendiendo a los aspectos practicados en clase. Indica tipo de narrador, ejemplos, si los hay, de los distintos estilos, rasgos propios de la narrativa naturalista o de Maupassant. Identifica los personajes que aparecen y su papel en el cuento. 1,5 PUNTOS.
  3. Contexto histórico de Bola de Sebo.

TEXTOS DE EXAMEN

MERCUCIO

Estoy herido. ¡Malditas vuestras familias!

Se acabó. ¿Se fue sin llevarse nada?

BENVOLIO

¿Estás herido?

MERCUCIO

Sí, sí: es un arañazo, un arañazo. Eso basta.

¿Y mi paje? – Vamos, tú, corre por un médico.

[Sale el paje.]

ROMEO

Ánimo, hombre. La herida no será nada.

MERCUCIO

No, no es tan honda como un pozo, ni tan ancha como un pórtico, pero es buena, servirá. Pregunta por mí mañana y me verás mortuorio. Te juro que en este mundo ya no soy más que un fiambre. ¡Malditas vuestras familias! ¡Voto a…! ¡Que un perro, una rata, un ratón, un gato me arañe de muerte! ¡Un bravucón, un granuja, un canalla, que lucha según reglas matemáticas! ¿Por qué demonios te metiste en medio? Me hirió bajo tu brazo.

COMPARACIÓN

IRONÍA

EL FRAGMENTO SE BASA EN EL DIÁLOGO Y HAY UNA ACOTACIÓN EN LA MITAD DEL FRAGMENTO.

-Mujer, por concesión del papa puedo elegir otra mujer y dejarte a ti; y porque mis antepasados han sido grandes gentileshombres y señores de este dominio, mientras los tuyos siempre han sido labradores, entiendo que no seas más mi mujer, sino que te vuelvas a tu casa con Giannúculo con la dote que me trajiste, y yo luego, otra que he encontrado apropiada para mí, tomaré.

La mujer, oyendo estas palabras, no sin grandísimo trabajo (superior a la naturaleza femenina) contuvo las lágrimas, y respondió:

-Señor mío, yo siempre he conocido mi baja condición y que de ningún modo era apropiada a vuestra nobleza, y lo que he tenido con vos, de Dios y de vos sabía que era y nunca mío lo hice o lo tuve, sino que siempre lo tuve por prestado; os place que os lo devuelva y a mí debe placerme devolvéroslo: aquí está vuestro anillo, con el que os casasteis conmigo, tomadlo. Me ordenáis que la dote que os traje me lleve, para lo cual ni a vos pagadores ni a mí bolsa ni bestia de carga son necesarios, porque de la memoria no se me ha ido que desnuda me tomasteis; y si creéis honesto que el cuerpo en el que he llevado hijos engendrados por vos sea visto por todos, desnuda me iré; pero os ruego, en recompensa de la virginidad que os traje y que no me llevo, que al menos una camisa sobre mi dote os plazca que pueda llevarme.

Gualtieri, que mayor gana tenía de llorar que de otra cosa, permaneciendo, sin embargo, con el rostro impasible, dijo:

-Pues llévate una camisa.

LOS VIAJES DE GULLIVER. Jonatha Swiftt

I

Intenté levantarme, pero no pude moverme; me había echado de espaldas y me encontraba los brazos y las piernas fuertemente amarrados a ambos lados del terreno, y mi cabello, largo y fuerte, atado del mismo modo. Asimismo, sentía varias delgadas ligaduras que me cruzaban el cuerpo desde debajo de los brazos hasta los muslos. Soló podía mirar hacia arriba; el sol empezaba a calentar y su luz me ofendía los ojos. Oía yo a mi alrededor un ruido confuso; pero la postura en que yacía solamente me dejaba ver el cielo. Al poco tiempo sentí moverse sobre mi pierna izquierda algo vivo, que, avanzando lentamente, me pasó sobre el pecho y me llegó casi hasta la barbilla; forzando la mirada hacia abajo cuanto pude, advertí que se trataba de una criatura humana cuya altura no llegaba a seis pulgadas, con arco y flecha en las manos y carcaj a la espalda. En tanto, sentí que lo menos cuarenta de la misma especie, según mis conjeturas, seguían al primero. Estaba yo en extremo asombrado, y rugí tan fuerte, que todos ellos huyeron hacia atrás con terror. El lector me creerá si le digo que este rato fue para mí de gran molestia. Finalmente, luchando por libertarme, tuve la fortuna de romper los cordeles y arrancar las estaquillas que me sujetaban a tierra el brazo izquierdo -pues llevándomelo sobre la cara descubrí el arbitrio de que se habían valido para atarme-, y al mismo tiempo, con un fuerte tirón que me produjo grandes dolores, aflojé algo las cuerdecillas que me sujetaban los cabellos por el lado izquierdo, de modo que pude volver la cabeza unas dos pulgadas. Pero aquellas criaturas huyeron otra vez antes de que yo pudiera atraparlas.

PRIMEROS DÍAS EN LA ISLA. ROBINSON CRUSOE. DANIEL DEFOE.

Y ahora que voy a entrar en el melancólico relato de una vida silenciosa, como jamás se ha escuchado en el mundo, comenzaré desde el principio y continuaré en orden. Según mis cálculos, estábamos a 30 de septiembre cuando llegué a esta horrible isla por primera vez […]. Al cabo de diez o doce días en la isla, me di cuenta de que perdería la noción del tiempo por falta de libros, pluma y tinta y que entonces, se me olvidarían incluso los días que había que trabajar y los que había que guardar descanso. Para evitar esto, clavé en la playa un poste en forma de cruz en el que grabé con letras mayúsculas la siguiente inscripción: «Aquí llegué a tierra el 30 de septiembre de 1659». Cada día, hacía una incisión con el cuchillo en el costado del poste; cada siete incisiones hacía una que medía el doble que el resto; y el primer día de cada mes, hacía una marca dos veces más larga que las anteriores. De este modo, llevaba mi calendario, o sea, el cómputo de las semanas, los meses y los años.

Hay que observar que, entre las muchas cosas que rescaté del barco, en los muchos viajes que hice, como he mencionado anteriormente, traje varias de poco valor pero no por eso menos útiles; a saber: plumas, tinta y papel de los que había en varios paquetes que pertenecían al capitán; tres o cuatro compases, algunos instrumentos matemáticos, cuadrantes, catalejos, cartas marinas y libros de navegación; todo lo cual había amontonado, por si alguna vez me hacían falta. También encontré tres Biblias muy buenas, que me habían llegado de Inglaterra y había empaquetado con mis cosas, algunos libros en portugués, y otros muchos libros que conservé con gran cuidado. Tampoco debo olvidar que en el barco llevábamos un perro y dos gatos, de cuya eminente historia diré algo en su momento, pues me traje los dos gatos, y el perro saltó del barco por su cuenta y nadó hasta la orilla, al día siguiente de mi desembarco con el primer cargamento. A partir de entonces, fue mi fiel servidor durante muchos años.

Comencé a considerar seriamente mi condición y las circunstancias a las que me veía reducido y decidí poner mis asuntos por escrito, no tanto para dejarlos a los que acaso vinieran después de mí, pues era muy poco probable que tuviera descendencia, sino para liberar los pensamientos que a diario me afligían. A medida que mi razón iba dominando mi abatimiento, empecé a consolarme como pude y a anotar lo bueno y lo malo, para poder distinguir mi situación de una peor; y apunté con imparcialidad, como lo harían un deudor y un acreedor, los placeres de que disfrutaba, así como las miserias que padecía, de la siguiente manera:

Malo

  • He sido arrojado a una horrible isla desierta, sin
    esperanza alguna de salvación.
  • Al parecer, he sido aislado y separado de todo
    el mundo para llevar una vida miserable.
  • Estoy separado de la humanidad,
    completamente aislado, desterrado de la
    sociedad humana.
  • No tengo ropa para cubrirme.
  • No tengo defensa alguna ni medios para resistir
    un ataque de hombre o bestia.
  • No tengo a nadie con quien hablar o que pueda
    consolarme.

Bueno

  • Pero estoy vivo y no me he ahogado como el
    resto de mis compañeros de viaje.
  • Pero también he sido eximido, entre todos los
    tripulantes del barco, de la muerte; y Él, que
    tan milagrosamente me salvó de la muerte, me
    puede liberar de esta condición.
  • Pero no estoy muriéndome de hambre ni
    pereciendo en una tierra estéril, sin sustento.
  • Pero estoy en un clima cálido donde, si tuviera
    ropa, apenas podría utilizarla.
  • Pero he sido arrojado a una isla en la que no
    veo animales feroces que puedan hacerme
    daño, como los que vi en la costa de África; ¿y
    si hubiese naufragado allí?

Pero Dios envió milagrosamente el barco cerca de la costa para que pudiese rescatar las cosas necesarias para suplir mis carencias y abastecerme con lo que me haga falta por el resto de mi vida.

TRAS 15 AÑOS DE SOLEDAD EN UNA ISLA, ROBINSON CRUSOE DESCUBRE LAS HUELLAS DE OTRO SER HUMANO

Ocurrió una mañana, hacia mediodía, cuando me dirigía hacia la piragua. Ante mi sorpresa descubrí las huellas perfectamente nítidas de un pie desnudo sobre la arena. Me detuve estupefacto, como golpeado por un rayo, o como si hubiese visto un fantasma. Escuché, miré alrededor, no oí ni vi nada. Subí a un gran montículo para observar desde allí, recorrí la playa a lo largo y a lo ancho, pero no  encontré ningún vestigio. Volví, pues, a observarlas nuevamente y a examinar alrededor para asegurarme de que no habían sido producto de mi fantasía; pero no, allí estaba muy precisa la huella de un pie, los dedos, el talón y todas sus partes. No sabía ni tampoco podía imaginarme cómo había llegado hasta allí. Después de infinitas ideas confusas, como las que se le pueden ocurrir a un hombre absolutamente perplejo y fuera de sí, volví a mi refugio, sin saber, por así decirlo, adónde iba, aterrado hasta lo indecible, mirando hacia atrás a cada dos o tres pasos, confundiendo cada arbusto y cada árbol, cada tronco a lo lejos, con un hombre.

No es posible describir las formas diversas que atribuía a todos los objetos mi imaginación trastornada, cuántas ideas extravagantes se me ocurrieron y cuántos pensamientos extraños y absurdas elucubraciones me pasaron por la cabeza en aquel camino.

Cuando llegué a mi refugio, entré en él como a quien lo persiguen. Jamás una liebre o un zorro asustados huyeron a ocultarse con mayor terror que el mío a su refugio. Aquella noche no pude dormir. Estaba tan confuso con los terrores que yo mismo alimentaba en mí, que no pensaba más que en siniestras fantasías, pese a que en aquel momento me encontraba lejos del motivo de mi terror.

CARTA II  DE LAS AMISTADES PELIGROSAS CHARDELOS DE LACLOS
LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT, EN
LA QUINTA DE…
Vuelva usted, mi querido vizconde, vuelva usted. ¿Qué hace usted ahí?
¿qué puede hacer en casa de una tía anciana que le ha instituido a usted
heredero de sus bienes? Parta usted al instante, que yo lo necesito. Me ha
ocurrido una idea excelente y quiero confiarle su ejecución. Estas pocas
palabras deben bastar a usted y, demasiado honrado con mi elección, debe
venir ansioso a recibir mis órdenes a mis pies; pero usted abusa de mis
bondades, aun después de que ha cesado de aprovecharse de ellas; y en
alternativa de un adiós eterno o de una excesiva indulgencia, dicha de usted
quiere que pueda más mi bondad. Deseo, pues, informarle de mis proyectos;
pero júreme usted a fe de caballero fiel que no correrá ninguna aventura antes
de haber dado fin a ésta; es digna de un héroe, servirá usted al amor y a la
venganza, en fin, será como una hazaña más que añadirá a sus memorias; sí, a
sus memorias, porque quiero que sean publicadas un día, y yo me encargo de
escribirlas. Pero dejemos esto y vamos a la idea que me ocupa.

La señora de Volanges casa su hija: todavía es un secreto; pero ayer me lo
ha confiado. ¿Quién cree usted que ha escogido para yerno suyo? El conde de
Gercourt. ¿Quién me hubiera dicho que yo llegaría a ser la prima de Gercourt?
Tengo una rabia… ¿qué? ¿no adivina usted todavía? ¡Oh, torpe entendimiento!
¿Le ha perdonado usted ya el lance de la intendenta? ¿y yo no debo quejarme
aún más de él, monstruo? Pero me calmo, y la esperanza que concibo de               vengarme tranquiliza mi espíritu.

Mil veces se ha fastidiado usted como yo con la importancia da Gercourt a
la mujer con quien se casará, y con la necia presunción de creer que evitará la
suerte que cabe a todos. Usted sabe su ridícula presunción en favor de la
educación que se recibe en conventos, y su preocupación, todavía más
ridícula, en favor del recato de las rubias. En efecto, apostaría yo que a pesar
de sesenta mil libras de renta que tiene la joven Volanges, jamás hubiera
casado con ella si se hubiese tenido el pelo negro, o no hubiese estado en el
convento. Probémosle, pues, que es un tonto: los llevará un día, no es eso lo
que me apura, pero lo gracioso sería que empezase por ello. ¡Cuánto nos
divertiríamos al día siguiente oyéndolo jactarse! Porque se jactará, sin duda, y
a más de esto llega usted a formar a esta muchacha, será gran desdicha si el tal
Gercourt no viene a ser, como cualquier otro, la fábula de París. Por lo demás,
la heroína de esta novela merece toda la atención de usted; verdaderamente
bonita, no tiene más de quince años, es un botón de rosa, lerda, a la verdad,
como ninguna, y sin la menor gracia, pero ustedes los hombres no temen esto;
tiene, además, cierto mirar lánguido que seguramente promete mucho; añada
usted que yo se la recomiendo, con lo que no tiene más que hacer que darme
las gracias y obedecerme.

Recibirá usted esta carta por la mañana; exijo que a las siete de la tarde
esté ya conmigo. No recibiré a nadie hasta las ocho; ni aun al caballero
favorito: no tiene bastante cabeza para un negocio tan grave. Ya ve usted que
no me ciega el amor. A las ocho daré a usted su libertad y a las diez volveré a
mi casa para cenar con su hermoso objeto, porque la madre y la hija cenarán
conmigo. Adiós; son más de las doce, pronto no me ocuparé más de usted.
París, 4 de agosto de 17…

SONETO 138 DE SHAKESPEARE

Soneto 138
Traducción de Miguel Ángel Montezanti
Cuando mi amada jura que no miente
le creo, aunque sé que eso no es cierto,
así me cree ingenuo adolescente
en mundanas argucias inexperto.
Creyendo en vano que ella me cree mozo
aunque sabe del curso de mis años
le doy fe a su labio mentiroso
conque por ambos lados hay engaños.
Mas ¿por qué no me dice ella que miente
y por qué no le digo que soy viejo?
Porque es de amor costumbre fe aparente
y en amor la vejez es mal consejo.
En la mentira yo con ella yago
y a ambos la mentira nos da halago.SONETO 138 DE SHAKESPEARE

Soneto 138
Traducción de Miguel Ángel Montezanti

Cuando mi amada jura que no miente
le creo, aunque sé que eso no es cierto,
así me cree ingenuo adolescente
en mundanas argucias inexperto.
Creyendo en vano que ella me cree mozo
aunque sabe del curso de mis años
le doy fe a su labio mentiroso
conque por ambos lados hay engaños.
Mas ¿por qué no me dice ell

I do believe her, though I know she lies,
That she might think me some untutor’d youth,
Unlearned in the world’s false subtleties.
Thus vainly thinking that she thinks me young,
Although she knows my days are past the best,
Simply I credit her false-speaking tongue:
On both sides thus is simple truth supprest.
But wherefore says she not she is unjust?
And wherefore say not I that I am old?
O! love’s best habit is in seeming trust,
And age in love loves not to have years told:
Therefore I lie with her, and she with me,
And in our faults by lies we flatter’d be.

La pulga de Lope de Vega

La pulga de Lope de Vega

La pulga

Picó atrevido un átomo viviente
los blancos pechos de Leonor hermosa,
granate en perlas, arador en rosa,
breve lunar del invisible diente.
Ella dos puntas de marfil luciente,
con súbita inquietud bañó quejosa,
y torciendo su vida bulliciosa,
en un castigo dos venganzas siente.
Al expirar la pulga, dijo: “¡Ay, triste,
por tan pequeño mal dolor tan fuerte!”
“¡Oh pulga!”, dije yo, «dichosa fuiste!
Detén el alma, y a Leonor advierte
que me deje picar donde estuviste,
y trocaré mi vida con tu muerte.

SONETO DE MARINO

Toma el hielo y la luz, ellos son solo

los temerosos poderes oscuros de la sombra;
son también la palidez de la muerte,
la condición indispensable, la mezcla extraña;

Toma lo que rescates de la oscuridad sobre el rastro negro,
dolor y oscuridad se entremezclan,
la amargura amada, el nunca deseaba la
suerte, la miseria de la naturaleza inacabada;

Veneno de jeringa de serpientes elegidas
si se mezcla y añade
a los colores de los suspiros

y a las muchas preocupaciones,
entonces renace, Schidoni, la verdad
y no la mentira de mi retrato.

TEXTOS VI. POESÍA DEL SIGLO XVIIdonne

La pulga

Observa, pues, esta pulga, y observa en ella
Cuán poco es lo que me niegas;
Primero me succionó a mí, y ahora a ti,
Y en esta pulga están mezcladas nuestras sangres;
Tú sabes que a esto no puede llamársele un pecado,
Ni una vergüenza, ni una perdida de virginidad,
Sin embargo, ella goza antes de cortejar,
Y se hincha, bien alimentada, con una sangre compuesta de dos,
Y eso, ay, es más de lo que nosotros haríamos.

Oh, quédate, conserva tres vidas en una pulga,
Donde casi somos un matrimonio y aún más que eso;
Esta pulga es tú y yo, y éste
Es nuestro tálamo, y nuestro templo nupcial.
Aunque a los padres, y aun a ti, les pese, estamos unidos,
Y enclaustrados en estos muros de azabache.
Aunque el hábito te haga capaz de matarme
No permitas que a ese delito se agregue el suicidio
Y el sacrilegio, tres pecados en un triple crimen.

¿Cruel e impaciente, has, pues,
Empurpurado tu uña con la sangre de la inocencia?
¿De qué pudo ser culpable esta pulga
Sino por la gota que succionó de ti?
Sin embargo, triunfas, y dices
Que no sientes que tú o yo seamos ahora más débiles;
Eso es verdad, aprende entonces qué falsos son los temores;
Cuando te entregues a mí se habrá perdido exactamente
Tanto honor como vida te sustrajo la muerte de esta pulga.

John Donne (Londres, c.1572-1631)

  1. Donne y Lope de Vega no se conocieron, pero escriben poemas muy parecidos sobre el mismo tema. ¿Cómo es posible?

SONETO DE GÓNGORA

La dulce boca que a gustar convida
Un humor entre perlas distilado,
Y a no invidiar aquel licor sagrado
Que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

Amantes, no toquéis, si queréis vida;
Porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
Cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que a la Aurora
Diréis que, aljofaradas y olorosas
Se le cayeron del purpúreo seno;

Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
Que pronto huyen del que incitan hora
Y sólo del Amor queda el veneno.

  1. Tema del soneto.
  2. Encuentra un ejemplo de metáfora y otro de comparación y explícalos.
  3. Distingue un hipérbaton.
  4. Reconoce dos personajes mitológicos aludidos en el soneto.
  5. En el poema aparece una alusión, que he subrayado, pero que elude un personaje y un tipo de bebida. Di cuáles son.

Luis de Góngora y Argote, 1584

SONETO DE QUEVEDO

Si hija de mi amor

Si hija de mi amor mi muerte fuese,
¡qué parto tan dichoso que sería
el de mi amor contra la vida mía!
¡Qué gloria, que el morir de amar naciese!

Llevara yo en el alma adonde fuese 5
el fuego en que me abraso, y guardaría
su llama fiel con la ceniza fría
en el mismo sepulcro en que durmiese.

De esotra parte de la muerte dura,
vivirán en mi sobra mis cuidados, 10
y más allá del Lethe mi memoria.

Triunfará del olvido tu hermosura
mi pura fe y ardiente, de los hados;
y el no ser, por amar, será mi gloria.

  1. Tema del soneto.

El burgués gentilhombre

MONSIEUR JOURDAIN.— Je vous en prie. Au reste il faut que je vous fasse une confidence. Je suis amoureux d’une personne de grande qualité, et je souhaiterais que vous m’aidassiez à lui écrire quelque chose dans un petit billet que je veux laisser tomber à ses pieds.

JOURDAIN. -Ahora es preciso que os haga una confidencia. Estoy enamorado de una dama de la mayor distinción, y desearía que me ayudarais a redactar una misiva que quiero depositar a sus plantas.

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Fort bien.

FILÓSOFO. -No hay inconveniente.

MONSIEUR JOURDAIN.— Cela sera galant, oui.

JOURDAIN. -Será una galantería, ¿verdad?

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Sans doute. Sont-ce des vers que vous lui voulez écrire?

FILÓSOFO. -Sin duda alguna. ¿Y son versos los que queréis escribirle?

MONSIEUR JOURDAIN.— Non, non, point de vers.

JOURDAIN. -No, no; nada de versos.

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Vous ne voulez que de la prose?

FILÓSOFO. -¿Preferís la prosa?

MONSIEUR JOURDAIN.— Non, je ne veux ni prose, ni vers.

JOURDAIN. -No. No quiero ni verso ni prosa.

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Il faut bien que ce soit l’un, ou l’autre.

FILÓSOFO. -¡Pues una cosa u otra ha de ser!

MONSIEUR JOURDAIN.— Pourquoi?

JOURDAIN. -¿Por qué?

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Par la raison, Monsieur, qu’il n’y a pour s’exprimer, que la prose, ou les vers.

FILÓSOFO. -Por la sencilla razón, señor mío, de que no hay más que dos maneras de expresarse: en prosa o en verso

MONSIEUR JOURDAIN.— Il n’y a que la prose, ou les vers?

JOURDAIN. -¿Conque no hay más que prosa o verso?

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Non, Monsieur: tout ce qui n’est point prose, est vers; et tout ce qui n’est point vers, est prose.

FILÓSOFO. -Nada más. Y todo lo que no está en prosa está en verso; y todo lo que no está en verso, está en prosa.

MONSIEUR JOURDAIN.— Et comme l’on parle, qu’est-ce que c’est donc que cela?

JOURDAIN. -Y cuando uno habla, ¿en qué habla?

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— De la prose.

FILÓSOFO. -En prosa.

MONSIEUR JOURDAIN.— Quoi, quand je dis: «Nicole, apportez-moi mes pantoufles, et me donnez mon bonnet de nuit», c’est de la prose?

JOURDAIN. -¡Cómo! Cuando yo le digo a Nicolasa: «Tráeme las zapatillas» o «dame el gorro de dormir», ¿hablo en prosa?

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Oui, Monsieur.

FILÓSOFO. -Sí, señor.

MONSIEUR JOURDAIN.— Par ma foi, il y a plus de quarante ans que je dis de la prose, sans que j’en susse rien; et je vous suis le plus obligé du monde, de m’avoir appris cela. Je voudrais donc lui mettre dans un billet: Belle Marquise, vos beaux yeux me font mourir d’amour; mais je voudrais que cela fût mis d’une manière galante; que cela fût tourné gentiment.

JOURDAIN. -¡Por vida de Dios! ¡Más de cuarenta años que hablo en prosa sin saberlo! No sé cómo pagaros esta lección… Pues lo que quisiera decir en esa carta es esto: «Linda marquesa, vuestros hermosos ojos me hacen morir de amor». Esto, pero redactándolo con galanura… dándole una vuelta, un giro gracioso.

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Mettre que les feux de ses yeux réduisent votre cœur en cendres; que vous souffrez nuit et jour pour elle les violences d’un…

FILÓSOFO. -Podéis agregar que el fuego de sus ojos reduce vuestro corazón a cenizas, que sufrís día y noche las violencias de un…

MONSIEUR JOURDAIN.— Non, non, non, je ne veux point tout cela; je ne veux que ce que je vous ai dit: Belle Marquise, vos beaux yeux me font mourir d’amour.

JOURDAIN. -No, no, no; nada de eso. No quiero decirle más que lo que os he dicho: «Linda marquesa, vuestros hermosos ojos me hacen morir de amor».

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Il faut bien étendre un peu la chose.

FILÓSOFO. -Es necesario estirar eso un poco…

MONSIEUR JOURDAIN.— Non, vous dis-je, je ne veux que ces seules paroles-là dans le billet; mais tournées à la mode, bien arrangées comme il faut. Je vous prie .

JOURDAIN. -Os repito que no. No quiero escribir más que esas palabras, pero dándoles una forma elegante… Id redactando de diversas maneras para que yo vea … Os lo ruego.

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— On les peut mettre premièrement comme vous avez dit: Belle Marquise, vos beaux yeux me font mourir d’amour. Ou bien: D’amour mourir me font, belle Marquise, vos beaux yeux. Ou bien: Vos yeux beaux d’amour me font, belle Marquise, mourir. Ou bien: Mourir vos beaux yeux, belle Marquise, d’amour me font. Ou bien: Me font vos yeux beaux mourir, belle Marquise, d’amour.

FILÓSOFO. -Puede redactarse primeramente como vos habéis dicho: «Linda marquesa, vuestros hermosos ojos me hacen morir de amor». O bien: «De amor morir me hacen, linda marquesa, vuestros hermosos ojos». O de este otro modo: «Vuestros ojos hermosos, de amor me hacen linda marquesa, morir». O en esta forma: «Morir, vuestros ojos, linda marquesa, de amor me hacen». O diciendo: «Me hacen vuestros ojos hermosos morir, linda marquesa, de amor».

MONSIEUR JOURDAIN.— Mais de toutes ces façons-là, laquelle est la meilleure?

JOURDAIN. -Pero de todas esas maneras, ¿cuál es la mejor?

MAÎTRE DE PHILOSOPHIE.— Celle que vous avez dite: Belle Marquise, vos beaux yeux me font mourir d’amour.

FILÓSOFO. -La que vos habéis dicho: «Linda marquesa, vuestros hermosos ojos me hacen morir de amor».

Monsieur Jourdain : Cependant je n’ai point étudié, et j’ai fait cela tout du premier coup. 
JOURDAIN.
 -¡No he estudiado y, sin embargo, acierto al primer golpe!…

TEXTO I

Entiende bien mis dichos y medita su esencia
no me pase contigo lo que al doctor de Grecia
con el truhán romano de tan poca sapiencia,
cuando Roma pidió a los griegos su ciencia.

Así ocurrió que Roma de leyes carecía,
pidióselas a Grecia, que buenas las tenía.
Respondieron los griegos que no las merecía
ni había de entenderlas, ya que nada sabía.

Pero, si las quería para de ellas usar,
con los sabios de Grecia debería tratar,
mostrar si las comprende y merece lograr;
esta respuesta hermosa daban por se excusar.

Los romanos mostraron en seguida su agrado;
la disputa aceptaron en contrato firmado,
mas, como no entendían idioma desusado,
pidieron dialogar por señas de letrado.

Fijaron una fecha para ir a contender;
los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer,
pues, al no ser letrados, no podrán entender
a los griegos doctores y su mucho saber.

Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano
tomar para el certamen a un bellaco romano
que, como Dios quisiera, señales con la mano
hiciera en la disputa y fue consejo sano.

A un gran bellaco astuto se apresuran a ir
y le dicen: -«Con Grecia hemos de discutir;
por disputar por señas, lo que quieras pedir
te daremos, si sabes de este trance salir».

Vistiéronle muy ricos paños de gran valía
cual si fuese doctor en la filosofía.
Dijo desde un sitial, con bravuconería:
«Ya pueden venir griegos con su sabiduría».

Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado,
famoso entre los griegos, entre todos loado;
subió en otro sitial, todo el pueblo juntado.
Comenzaron sus señas, como era lo tratado.

El griego, reposado, se levantó a mostrar
un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar,
y luego se sentó en el mismo lugar.
Levantóse el bigardo, frunce el ceño al mirar.

Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos
el pulgar y otros dos con aquél recogidos
a manera de arpón, los otros encogidos.
Sientáse luego el necio, mirando sus vestidos.

Levantándose el griego, tendió la palma llana
y volvióse a sentar, tranquila su alma sana;
levántase el bellaco con fantasía vana,
mostró el puño cerrado, de pelea con gana.

Ante todos los suyos opina el sabio griego:
«Merecen los romanos la ley, no se la niego».
Levantáronse todos con paz y con sosiego,
¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego!

Preguntaron al griego qué fue lo discutido
y lo que aquel romano le había respondido:
«Afirmé que hay un Dios y el romano entendido
tres en uno, me dijo, con su signo seguido.

«Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad;
él: que domina al mundo su poder, y es verdad.
Si saben comprender la Santa Trinidad,
de las leyes merecen tener seguridad.»

Preguntan al bellaco por su interpretación:
«Echarme un ojo fuera, tal era su intención
al enseñar un dedo, y con indignación
le respondí airado, con determinación,

que yo le quebraría, delante de las gentes,
con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes.
Dijo él que su yo no le paraba mientes,
a palmadas pondría mis orejas calientes.

«Entonces hice seña de darle una puñada
que ni en toda su vida la vería vengada;
cuando vio la pelea tan mal aparejada
no siguió amenazando a quien no teme nada».

Por eso afirma el dicho de aquella vieja ardida
que no hay mala palabra si no es a mal tenida,
toda frase es bien dicha cuando es bien entendida.
Entiende bien mi libro, tendrás buena guarida.

Preguntas:

  1. Haz un resumen del texto e indica el tema.
  2. Busca rasgos de la cultura y literatura medieval del texto: anacronismo, religiosidad, didactismo, simbolismo.
  3. División de texto en partes.
  4. Tipo de narrador.
  5. ¿El texto expresa con plenitud los valores medievales o la crisis de estos?

TEXTO II images

En Paris está doña Alda,
la esposa de don Roldán,
trescientas damas con ella
para bien la acompañar;
todas visten un vestido,
todas calzan un calzar,
todas comen una mesa,
todas comían de un pan.
Las ciento hilaban el oro,
las ciento tejen cendal,
ciento tañen instrumentos,
para a doña Alda alegrar.
Al son de los instrumentos
doña Alda adormido se ha;
ensoñado había un sueño,
un sueño de gran pesar.
Despertó despavorida
con un dolor sin igual,
los gritos daba tan grandes
se oían en la ciudad.
-¿Qué es aquesto, mi señora,
qué es lo que os hizo mal?
-Un sueño soñé, doncellas,
que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte,
en un desierto lugar,
y de so los montes altos
un azor vide volar;
tras dél viene una aguililla
que lo ahincaba muy mal.
El azor con grande cuita
metióse so mi brial;
el águila con gran ira
de allí lo iba a sacar;
con las uñas lo despluma,
con el pico lo deshace.-
Allí habló su camarera,
bien oiréis lo que dirá:

-Aqueste sueño, señora,
bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo,
que de España viene ya;
el águila sodes vos,
con la cual ha de casar,
y aquel monte era la iglesia
donde os han de velar.
-Si es así mi camarera,
bien te lo entiendo pagar.-

Otro día de mañana
cartas de lejos le traen;
tintas venían de fuera,
de dentro escritas con sangre,
que su Roldán era muerto
en la caza de Roncesvalles.
Cuando tal oyó doña Alda
muerta en el suelo se cae.

  1. Resume el poema.
  2. ¿Qué temor tiene doña Alda?
  3. ¿Cómo interpreta la camarera el sueño? Indica los símbolos y su significado.
  4. Explica la interpretación correcta del sueño.

III  ROMANCE DE LANZAROTE

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino,
que dueñas curaban de él,  5
doncellas del su rocino.
Esa dueña Quintañona,
ésa le escanciaba el vino,
la linda reina Ginebra
se lo acostaba consigo;  10
y estando al mejor sabor,
que sueño no había dormido,
la reina toda turbada
un pleito ha conmovido:
-Lanzarote, Lanzarote,  15
si antes hubieras venido,
no hablara el orgulloso
las palabras que había dicho,
que a pesar de vos, señor,
se acostaría conmigo.  20
Ya se arma Lanzarote
de gran pesar conmovido,
despídese de su amiga,
pregunta por el camino.
Topó con el orgulloso  25
debajo de un verde pino,
combátense de las lanzas,
a las hachas han venido.
Ya desmaya el orgulloso,
ya cae en tierra tendido.  30
Cortárale la cabeza,
sin hacer ningún partido;
vuélvese para su amiga
donde fue bien recibido.
  1. ¿Qué personajes del ciclo artúrico intervienen?
  2. ¿Qué relación mantiene la reina Ginebra y por qué se enfada?
  3. Explica por qué Lanzarote actúa de esta manera.

TEXTO IV

AMADÍS DE GAULA

LIBRO I

Capítulo 12

De cómo Galaor se combatió con el gran gigante, señor de la peña de Galtares.

Al gigante fueron las nuevas y no tardó mucho, que luego salió en un caballo y él parecía sobre él tan gran cosa que no hay hombre en el mundo que mirar lo osase, y traía unas hojas de hierro tan grandes que desde la garganta hasta la silla que cubría y un yelmo muy grande y muy claro y una gran maza de hierro muy pesada con que hería. Mucho fueron espantados los escuderos y las doncellas de lo ver, y Galaor no era tan esforzado que entonces gran miedo no hubiese. Mas cuanto más a él se acercaba más le perdía. El gigante le dijo: —¡Cautivo caballero, cómo osas atender tu muerte, que no te verá más el que acá te envió y aguarda y verás cómo sé herir de maza.

Galaor fue sañudo y dijo: —¡Diablo!, tú serás vencido y muerto con lo que yo traigo en mi ayuda, que es Dios y la razón. El gigante movió contra él, que no parecía, sino una torre. Galaor fue a él con su lanza baja al más correr de su caballo y encontróle en los pechos de tal fuerza que la una estribera le hizo perder y la lanza quebró. El gigante alzó la maza por lo herir en la cabeza y Galaor no lo alcanzó sino en el brocal del escudo y quebrando los brazales y el tiracol se lo hizo caer en tierra y a pocas Galaor hubiera caído tras él y el golpe fue tan fuerte dado, que el brazo no pudo la maza sostener y dio en la boca de su mismo caballo, así que lo derribó muerto y él quedó debajo; y queriéndose levantar, habiendo salido de él a gran afán, llegó Galaor y diole de los pechos del caballo y pasó sobre él bien dos veces antes que se levantase y a la hora tropezó el caballo de Galaor en el del gigante y fue a caer de la otra parte. Galaor salió del suelo, que se veía en aventura de muerte, y puso mano a la espada que Urganda le diera, y dejóse ir contra el gigante que la maza tomaba del suelo y diole con la espada en el palo de ella y cortóle todo que no quedó sino un pedazo, que le quedó en la mano, y con aquél lo hirió el gigante de tal golpe por encima del yelmo que la una mano le hizo poner en tierra, que la maza era fuerte y pesada, y él, que hería de gran fuerza, y el yelmo se le torció en la cabeza, mas el cómo muy ligero y de vivo corazón fuese, levantóse luego y tomó al gigante, el cual le quiso herir otra vez, pero Galaor, que mañoso era, y ligero andaba, guardóse del golpe y diole en el brazo con la espada tal herida que se lo cortó cabe el hombro y descendiendo la espada a la pierna, le cortó cerca de la mitad. El jayán dio una gran voz y dijo: —¡Ay, cautivo!, escarnido soy por un hombre solo, y quiso abrazar a Galaor con grande saña, mas no pudo ir adelante por la gran herida de la pierna y sentóse en el suelo. Galaor tornó a lo herir y como el gigante tendió la mano por lo trabar diole un golpe que los dedos le echó en tierra con la mitad de la mano; y el jayán, que por lo trabar se había tendido mucho, cayó y Galaor fue sobre él y matóle con su espada y cortóle la cabeza. Entonces vinieron a él los escuderos y las doncellas y Galaor les mandó a los escuderos que llevasen la cabeza a su señor; ellos fueron alegres y dijeron: —¡Por Dios!, señor, él hizo en vos buena crianza, que vos ganasteis el prez y él la venganza y el provecho. Galaor cabalgó en un caballo de los escuderos y vio salir del castillo diez caballeros en una cadena metidos que le dijeron: —Venid a tomar el castillo, que vos matasteis el jayán, y nos, los que le guardaban.

  1. Resume el texto (cinco o seis líneas).
  2. Tipo de narrador.
  3. Ejemplo de estilo directo.
  4. Elementos fantásticos del fragmento.

Los personajes principales

Amadís: Valiente caballero de Bretaña

El rey Perión: padre de Amadís

La princesa Elisena: madre de Amadís.

Galaor: hermano de Amadís; hijo del rey Perión.

Lisuarte: rey de Gran Bretaña.

Brisena: reina de Gran Bretaña.

Oriana: hija de los reyes de Gran Bretaña, amada de Amadís.

Urganda: una maga

Arcalaus: un mago

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO VIII DEL QUIJOTE.

En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vió, dijo a su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.

Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino. Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas: non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada.

Villancico anónimo

      1. Al alba venid

Al alba venid, buen amigo,
al alba venid.

Amigo el que yo más quería,
venid al alba del día.

Amigo el que yo más amaba,           5
venid a la luz del alba.

Venid a la luz del día,
non traigáis compañía.

Venid a la luz del alba,
non traigáis gran compaña. 10
2.
En Ávila, mis ojos.
mataron a mi amigo.
En Ávila, dentro de Ávila.

3. Ondas do mar de Vigo

Ondas do mar de Vigo, se vistes meu amigo? E ai Deus!, se verra cedo? Ondas do mar levado, se vistes meu amado? E ai Deus!, se verra cedo? Se vistes meu amigo, o por que eu sospiro? E ai Deus!, se verra cedo? Se vistes meu amado, por que ei gran coidado? E ai Deus!, se verra cedo?

Olas del mar de Vigo

Olas del mar de Vigo, ¿Visteis a mi amigo? ¡Ay Dios! ¿vendrá pronto? Olas del mar agitado, ¿Visteis a mi amado? ¡Ay Dios! ¿Vendrá pronto? ¿Visteis a mi amigo, aquél por quien yo suspiro? ¡Ay Dios! ¿Vendrá pronto? ¿Visteis a mi amado, quien me tiene tan preocupada? ¡Ay Dios! ¿Vendrá pronto?
1. Analiza la rima del primer poema.
2. Analiza métricamente el segundo poema.
3. Indica ejemplos de paralelismo en todos los poemas.
4. Señala el tema de cada poema.

JAUFRÉ RUDEL

FRAGMENTO DE POEMA DE ARNAUT DANIEL

«Cuando la hoja marchita cae desde lo alto de las ramas, y el frío aterra al mimbre seco, a la rosa silvestre y al espinillo, y despoja al soto del pájaro que otro no llama ya con su trino. Mis labios de amor resecos, duelen. Y aunque todo aquí se hiele, no siento frío. Porque un amor nuevo mi corazón reverdece. »
Arnaut Daniel.Traducido al inglés por E. pound, y al español por J. J. de Natino

Serranilla VII

Moza tan fermosa
non vi en la frontera,
com’una vaquera
de la Finojosa. 

Faciendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vencido del sueño,
por tierra fraguosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.

En un verde prado
de rosas e flores,
guardando ganado
con otros pastores,
la vi tan graciosa,
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

Non creo las rosas
de la primavera
sean tan fermosas
nin de tal manera;
fablando sin glosa,
si antes supiera
de aquella vaquera
de la Finojosa;

non tanto mirara
su mucha beldad,
porque me dejara
en mi libertad.
Mas dije: «Donosa
-por saber quién era-,
¿dónde es la vaquera
de la Finojosa?»

Bien como riendo,
dijo: «Bien vengades,
que ya bien entiendo
lo que demandades;
non es deseosa
de amar, nin lo espera,
aquesa vaquera
de la Finojosa».

  1.  Busca los siguientes rasgos: isosilabismo y rima consonante.
  2. ¿Por qué el poema es lírico y no épico?
  3. Resume el poema.
  4. Encuentra el estilo directo.
  5. Indica si hay locus amoenus.

El género es parodiado por el Arcipreste de Hita, que se encuentra a una serrana un poco particular y que le obliga a tener relaciones sexuales para poder encontrar el camino acertado.

Sus mienbros e su talla non son para callar,
ca bien creed que era grand yegua cavallar;
quien con ella luchase non se podria bien fallar:
si ella non quisiese, non la podria aballar.

En [e]l Apocalipsi Sant Johan Evangelista
non vido tal figura nin de tan mala vista;
a grand hato daria lucha e grand conquista:
non sé de quál dïablo es tal fantasma quista.

Avía la cabeça mucho grand[e], sin guisa,
cabellos chicos, negros, más que corneja lisa,
ojos fondos, bermejos, poco e mal devisa;
mayor es que de osa la patada do pisa;

las orejas mayores que de añal burrico,
el su pescueço negro, ancho, velloso, chico,
las narices muy gordas, luengas, de çarapico;
bevería en pocos días caudal de buhón rico.

Su boca de alana e los rostros muy gordos,
dientes anchos e luengos, asnudos e moxmordos,
las sobreçejas anchas e más negras que tordos:
¡los que quieren casarse, aquí no sean sordos!

Mayores que las mías tiene sus prietas barvas;
yo non vi en ella ál, mas si tú en ella escarvas,
creo que fallarás de las chufetas darvas;
valdríasete más trillar en las tus parvas.

Mas, en verdat, sí, bien vi fasta la rodilla:
los huesos mucho grandes, la çanca non chiquilla,
de las cabras de fuego una grand manadilla;
sus tovillos mayores que de un añal novilla.

Más ancha que mi mano tiene la su muñeca,
vellosa, pelos grandes, pero, non mucho seca;
boz gorda e gangosa, a todo omne enteca,
tardía, como ronca, desdonada e hueca.

El su dedo chiquillo mayor es que mi pulgar:
piensa de los mayores si te podrías pagar;
si ella algund día te quisiese espulgar,
bien sentiria tu cabeça que son viga de lagar.

Por el su garnacho tenia tetas colgadas,
dávanle a la çinta pues que estavan dobladas,
ca estando senzillas darl`ién so las ijadas:
a todo son de çítola andarian sin ser mostradas.

LA PESTE NEGRA

FRAGMENTO DE LA JORNADA PRIMERA DEL DECAMERÓN DE BOCCACCIO

Digo, pues, que ya habían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho cuando a la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las otras ciudades de Italia, llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes, y, continuándose sin descanso de un lugar en otro, se había extendido miserablemente a Occidente. Y no valiendo contra ella ningún saber ni providencia humana (como la limpieza de la ciudad de muchas inmundicias ordenada por los encargados de ello y la prohibición de entrar en ella a todos los enfermos y los muchos consejos dados para conservar la salubridad) ni valiendo tampoco las humildes súplicas dirigidas a Dios por las personas devotas no una vez sino muchas ordenadas en procesiones o de otras maneras, casi al principio de la primavera del año antes dicho empezó horriblemente y en asombrosa manera a mostrar sus dolorosos efectos. Y no era como en Oriente, donde a quien salía sangre de la nariz le era manifiesto signo de muerte inevitable, sino que en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas bubas por el pueblo. Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo empezó la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras y a otros menudas y abundantes.

Y así como la buba había sido y seguía siendo indicio certísimo de muerte futura, lo mismo eran éstas a quienes les sobrevenían. Y para curar tal enfermedad no parecía que valiese ni aprovechase consejo de médico o virtud de medicina alguna; así, o porque la naturaleza del mal no lo sufriese o porque la ignorancia de quienes lo medicaban (de los cuales, más allá de los entendidos había proliferado grandísimamente el número tanto de hombres como de mujeres que nunca habían tenido ningún conocimiento de medicina) no supiese por qué era movido y por consiguiente no tomase el debido remedio, no solamente eran pocos los que curaban sino que casi todos antes del tercer día de la aparición de las señales antes dichas, quién antes, quién después, y la mayoría sin alguna fiebre u otro accidente, morían.

Y esta pestilencia tuvo mayor fuerza porque de los que estaban enfermos de ella se abalanzaban sobre los sanos con quienes se comunicaban, no de otro modo que como hace el fuego sobre las cosas secas y engrasadas cuando se le avecinan mucho. Y más allá llegó el mal: que no solamente el hablar y el tratar con los enfermos daba a los sanos enfermedad o motivo de muerte común, sino también el tocar los paños o cualquier otra cosa que hubiera sido tocada o usada por aquellos enfermos, que parecía llevar consigo aquella tal enfermedad hasta el que tocaba.

Y asombroso es escuchar lo que debo decir, que si por los ojos de muchos y por los míos propios no hubiese sido visto, apenas me atrevería a creerlo, y mucho menos a escribirlo por muy digna de fe que fuera la persona a quien lo hubiese oído. Digo que de tanta virulencia era la calidad de la pestilencia narrada que no solamente pasaba del hombre al hombre, sino lo que es mucho más (e hizo visiblemente otras muchas veces): que las cosas que habían sido del hombre, no solamente lo contaminaban con la enfermedad sino que en brevísimo espacio lo mataban. De lo cual mis ojos, como he dicho hace poco, fueron entre otras cosas testigos un día porque, estando los despojos de un pobre hombre muerto de tal enfermedad arrojados en la vía pública, y tropezando con ellos dos puercos, y como según su costumbre se agarrasen y le tirasen de las mejillas primero con el hocico y luego con los dientes, un momento más tarde, tras algunas contorsiones y como si hubieran tomado veneno, ambos a dos cayeron muertos en tierra sobre los maltratados despojos.

IV. SONETO PRÓLOGO DEL CANZIONERE DE PETRARCA.

Voi ch’ascoltate in rime sparse il suono
di quei sospiri ond’io nudriva ‘l core
in sul mio primo giovenile errore
quand’era in parte altr’uom da quel ch’i’ sono,

del vario stile in ch’io piango et ragiono
fra le vane speranze e ‘l van dolore,
ove sia chi per prova intenda amore,
spero trovar pietà, nonché perdono.

Ma ben veggio or sì come al popol tutto
favola fui gran tempo, onde sovente
di me medesmo meco mi vergogno;

et del mio vaneggiar vergogna è ‘l frutto,
e ‘l pentersi, e ‘l conoscer chiaramente
che quanto piace al mondo è breve sogno

Los que escucháis en rimas el desvelo
del suspirar que al corazón nutriera
al primer yerro de la edad primera,
cuando era en parte otro del que hoy suelo;

del vario estilo con que hablo y celo,
entre el dolor y la esperanza huera,
de aquel que, porque amó, de Amor supiera,
no ya perdón, sino piedad anhelo.

Mas ya del vulgo veo cómo en boca
fábula fui gran tiempo en que a menudo
de mí mismo conmigo me abochorno;

y que es el fruto que mi furia toca,
vergüenza porque entiendo ya y no dudo
que es sueño cuanto muestra el mundo entorno.

SONETO XXV DE GARCILASO

¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas,
y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen los amores,
y toda la esperanza de mis cosas
tornados en cenizas desdeñosas,
y sordas a mis quejas y clamores.

Las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron,
recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche oscura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.

SONETO V DE GARCILASO

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

TEXTO V

-Señor, intrincada es la pregunta que me haces, y para poderte expresar mi modo de pensar, me veo en el caso de contarte la historia que vas a oír. Si no me equivoco, recuerdo haber oído decir muchas veces que en otro tiempo hubo un gran y rico hombre que entre otras joyas de gran valor que formaban parte de su tesoro, poseía un anillo hermosísimo y valioso, y que queriendo hacerlo venerar y dejarlo a perpetuidad a sus descendientes por su valor y por su belleza, ordenó que aquel de sus hijos en cuyo poder, por legado suyo, se encontrase dicho anillo, fuera reconocido como su heredero, y debiera ser venerado y respetado por todos los demás como el mayor. El hijo a quien fue legada la sortija mantuvo semejante orden entre sus descendientes, haciendo lo que había hecho su antecesor, y en resumen: aquel anillo pasó de mano en mano a muchos sucesores, llegando por último al poder de uno que tenía tres hijos bellos y virtuosos y muy obedientes a su padre, por lo que éste los amaba a los tres de igual manera. Y los jóvenes, que sabían la costumbre del anillo, deseoso cada uno de ellos de ser el honrado entre los tres, por separado y como mejor sabían, rogaban al padre, que era ya viejo, que a su muerte les dejase aquel anillo. El buen hombre, que de igual manera los quería a los tres y no acertaba a decidirse sobre cuál de ellos sería el elegido, pensó en dejarlos contentos, puesto que a cada uno se lo había prometido, y secretamente encargó a un buen maestro que hiciera otros dos anillos tan parecidos al primero que ni él mismo, que los había mandado hacer, conociese cuál era el verdadero. Y llegada la hora de su muerte, entregó secretamente un anillo a cada uno de los hijos, quienes después que el padre hubo fallecido, al querer separadamente tomar posesión de la herencia y el honor, cada uno de ellos sacó su anillo como prueba del derecho que razonablemente lo asistía. Y al hallar los anillos tan semejantes entre sí, no fue posible conocer quién era el verdadero heredero de su padre, cuestión que sigue pendiente todavía.

II

En el bolsillo derecho de la casaca del «Gran-Hombre-Montaña» (así traduzco Quinbus Flestrin), después del más detenido registro, encontramos sólo una gran pieza de tela ordinaria, de bastante tamaño para servir de alfombra en la gran sala del trono de Vuestra Majestad. En el bolsillo izquierdo vimos una enorme arca de plata, con tapa del mismo metal, que nosotros los comisionados no pudimos alzar. Expresamos nuestro deseo de que fuese abierta, y uno de nosotros se metió en ella, y se encontró hasta media pierna en una especie de polvo, parte del cual nos voló a la cara y nos obligó a estornudar varias veces a los dos. (…). En el gran bolsillo del lado derecho de su cubierta media -así traduzco la palabra Ranfu-lo, con que designaban mis calzones- vimos una columna de hierro hueca, de la altura de un hombre, sujeta a un sólido trozo de viga mayor que la columna; de un lado de ésta salían enormes pedazos de hierro, de formas extrañas, que no sabemos para qué puedan servir. En el bolsillo izquierdo, otra máquina de la misma clase.  Del de la derecha colgaba una gran cadena de plata, con una extraordinaria suerte de máquina al extremo. Le ordenamos sacar lo que hubiese sujeto a esta cadena, que resultó ser una esfera la mitad de plata y la otra mitad de un metal transparente, porque en el lado transparente vimos ciertas extrañas cifras, dibujadas en circunferencia, y que creímos poder tocar, hasta que notamos que nos detenía los dedos aquella substancia diáfana. Nos acercó a los oídos este aparato, que producía un ruido incesante, como el de una aceña. Imaginamos que es, o algún animal desconocido, o el dios que él adora; aunque nos inclinamos a la última opinión, porque nos aseguró -si es que no le entendimos mal, ya que se expresaba muy imperfectamente- que rara vez hacía nada sin consultarlo. Le llamaba su oráculo, y dijo que señalaba cuándo era tiempo para todas las acciones de su vida. De la faltriquera izquierda sacó una red que casi bastaría a un pescador, pero dispuesta para abrirse y cerrarse como una bolsa, y de que se servía justamente para este uso. Dentro encontramos varios pesados trozos de metal amarillo, que, si son efectivamente de oro, deben tener incalculable valor.

  1. Explica con ejemplos el tipo de narrador de cada fragmento.
  2. Resume el primer fragmento.
  3. Explica lo que tiene de realista y fantástico este fragmento.
  4. Identifica los objetos que examinan los liliputienses desde su perspectiva en el segundo fragmento.

SONETO 138 DE SHAKESPEARE

Soneto 138
Traducción de Miguel Ángel Montezanti

los temerosos poderes oscuros de la sombra;
son también la palidez de la muerte,
la condición indispensable, la mezcla extraña;

Toma lo que rescates de la oscuridad sobre el rastro negro,
dolor y oscuridad se entremezclan,
la amargura amada, el nunca deseaba la
suerte, la miseria de la naturaleza inacabada;

Veneno de jeringa de serpientes elegidas
si se mezcla y añade
a los colores de los suspiros

y a las muchas preocupaciones,
entonces renace, Schidoni, la verdad
y no la mentira de mi retrato.

SONETO 138 DE SHAKESPEARE

Dante Alighieri

Divina Comedia

INFIERNO

CANTO I

A mitad del camino de la vida, 1[L1]

en una selva oscura me encontraba 2[L2]

porque mi ruta había extraviado. 3

¡Cuán dura cosa es decir cuál era

esta salvaje selva, áspera y fuerte

que me vuelve el temor al pensamiento! 6

Es tan amarga casi cual la muerte;

mas por tratar del bien que allí encontré,

de otras cosas diré que me ocurrieron. 9

Yo no sé repetir cómo entré en ella

pues tan dormido me hallaba en el punto

que abandoné la senda verdadera. 12

Mas cuando hube llegado al pie de un monte, 13[L3]

allí donde aquel valle terminaba

que el corazón habíame aterrado, 15

hacia lo alto miré, y vi que su cima

ya vestían los rayos del planeta

que lleva recto por cualquier camino. 18[L4]

Entonces se calmó aquel miedo un poco,

que en el lago del alma había entrado

la noche que pasé con tanta angustia. 21

Y como quien con aliento anhelante,

ya salido del piélago a la orilla,

se vuelve y mira al agua peligrosa, 24

tal mi ánimo, huyendo todavía,

se volvió por mirar de nuevo el sitio

que a los que viven traspasar no deja. 27

TEXTO EN FRANCÉS

MADAME BOVARY

Al llegar a la posada, Madame Bovary se extrañó de no ver la diligencia. Hivert, que la había esperado cincuenta y tres minutos, había terminado por marcharse.

Sin embargo, nada la obligaba a marchar; pero había dado su palabra de regresar la misma noche. Además, Carlos la esperaba; y ella sentía en su corazón esa cobarde docilidad que es, para muchas mujeres, como el castigo y al mismo tiempo el tributo del adulterio.

Rápidamente hizo el equipaje, pagó la factura, tomó en el patio un cabriolé, y dando prisa al cochero, animándolo, preguntando a cada instante la hora y los kilómetros recorridos, llegó a alcanzar a «La Golondrina» hacia las primeras casas de Quincampoix.

Apenas sentada en su rincón, cerró los ojos y los volvió a abrir al pie de la cuesta, donde reconoció de lejos a Felicidad que estaba en primer plano delante de la casa del herrador. Hivert frenó los caballos, y la cocinera, alzándose hasta la ventanilla, dijo misteriosamente:

Señora, tiene que ir inmediatamente a casa del señor Homais. Es algo urgente.

El pueblo estaba en silencio como de costumbre. En las esquinas de las calles había montoncitos de color rosa que humeaban al aire, pues era el tiempo de hacer las mermeladas, y todo el mundo en Yonville preparaba su provisión el mismo día. Pero delante de la botica se veía un montón mucho mayor, y que sobrepasaba a los demás con la superioridad que un laboratorio de farmacia debe tener sobre los hornillos familiares, una necesidad general sobre unos caprichos individuales